Echar un polvo no siempre significó lo que estás pensando

María Luisa de Borbón, futura esposa de Carlos IV, en la miniatura de la caja de tabaco rapé. Foto Rosana Langerano, 2018.

El mundo de las etimologías (ciencia que aborda el origen de las palabras y su significado) siempre resulta sorprendente a la par que maravilloso. Por todos es bien sabido que el lenguaje crea realidad y es, quizá, la principal razón por la cual hemos avanzado tantísimo como especie a lo largo de los siglos, desde las cuevas de Atapuerca al iPhone 13. Del desarrollo moral ya hablaremos en otra ocasión...

Dentro de esa amplísima e inabarcable laguna hallamos vocablos que hoy asociamos al ámbito sexual pero que quizá antiguamente no lo estuvieron tanto. Me refiero a la expresión "echar un polvo", cuyo germen nos llevaría según las teorías más reconocidas al ámbito de la burguesía y la aristocracia europeas de los siglo XVIII y XIX, estratos por otra parte tan proclives a la mímesis y a la fusión.(tú me das tu apellido y yo te doy la panoja).

De este modo,era costumbre entre las fiestas de la alta sociedad, lo sigue siendo según dicen pero bajo otros medios, inhalar el rapé: tabaco tostado, puro y molido que ponía a prueba los tabiques más valientes y farrucos. Hacerlo exigía ausentarse unos momentos porque era un acto algo deshonroso y de mal gusto esnifar dichos gramos delante de las damas (no vaya a ser que se escandalizasen). Para solucionar el problemilla, los señores acuñaron esta expresión para embriagarse con dicha sustancia, la cual era guardada en cajitas realizadas en materiales nobles (en el Museo del Prado se conserva una de metal esmaltado de blanco con decoración dorada en relieve). Más tarde esos mismos individuos usarían la misma excusa para irse a lo que todos ya sabemos: tener agradables, calurosos y satisfactorios encuentros con los montes de Venus de turno. Los picaflores y las muchachas de moral distraída han existido siempre...