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Foto del escritorSergio Martínez López

El comunismo y el cristianismo bajo las gafas de Woody Allen


Larry David y Evan Rachel Wood conversan en un banco.


Corría el año 2009 cuando el genio Woody Allen arremetió por enésima vez contra los vicios y defectos de la vida moderna neoyorquina y su diversa y compleja fauna humana, la cual ha radiografiado magistralmente desde hace 60 años bajo su particular filosofía del absurdo deudora del existencialismo, donde el cinismo y el azar, cual diosa Fortuna, juega un papel primordial en sus argumentos.



Así, tras la famosa crisis de las hipotecas basura llegó "Si la cosa funciona", donde Larry David encarna a Boris Yellnikoff, un físico retirado, maduro y excéntrico que verá cómo su vida da un giro de 360 grados al acoger a una afable y bella chica sureña llamada Melody (interpretada por Evan Rachel Wood) ajena a la teoría de cuerdas y demás cavilaciones sesudas. Parece imposible que dos personajes tan separados por edad y aficiones entablen una relación amorosa de tintes platónicos pero lo cierto es que el director lo consigue, pariendo una especie de Lolita metida en su propio universo. Queda por debajo de sus obras maestras pero merece un visionado atento por parte del espectador. Sale Superman en un pequeño papel por cierto...


Parrafadas aparte, me gustaría reproducir aquí las interesantes reflexiones del álter ego de Woody sobre por qué fracasan el cristianismo y el comunismo. Durante el prólogo, Boris se dirige al espectador rompiendo la cuarta pared y dice lo siguiente:


"No culpo a la idea del cristianismo ni del judaísmo ni de ninguna religión, sino a los profesionales que lo han convertido en un negocio multinacional. Hay mucha pasta en el tinglado de Dios. Las enseñanzas básicas de Jesús son maravillosas, al igual que la idea original de Karl Marx. ¿Qué hay de malo? "Todos deberíamos compartir, ayuda la prójimo, democracia, el gobierno del pueblo..." Todo grandes ideas pero con un fallo enorme y garrafal: se basan en la falaz idea de que las personas son básicamente éticas, que si les das la oportunidad de obrar bien lo harán, que no son unos gusanos estúpidos, egoístas, cobardes y cortos de vista. Solo digo que la gente hace la vida mucho peor de lo que debe ser. En general siento decir que somos una especie fallida".



Se trata a mi juicio del mito del buen salvaje deudor del pensamiento roussoniano. Tanto el filósofo ginebrino como Allen creen que el ser humano es bueno por naturaleza pero la sociedad civil y sus convencionalismos le corrompe hasta límites insospechados, sacando lo peor de él a nivel individual y colectivo. Sería el propio desarrollo de la civilización el responsable último de nuestras desdichas, como si nos arrebatase la ingenuidad y bondad propias de nuestra esencia, lo cual si lo pensamos fríamente neutraliza nuestra capacidad de obrar bien y mal. El libre albedrío, inherente a nuestra condición, desaparece cual azucarillo disuelto en el café.


¿Quién decide lo que es justo o injusto, malo o bueno? ¿El Estado? ¿La constitución? ¿El Talmud? ¿La moral católica? ¿El Mein Kampf? ¿El Capital? ¿Los Derechos del Hombre y del Ciudadano? Como siempre la ética nos obliga a interrogarnos ante el espejo y estrujar un poco nuestras neuronas. La gimnasia mental nunca viene mal...


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