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El ensueño malagueño o el reencuentro con lo esencial

  • Foto del escritor: Sergio Martínez López
    Sergio Martínez López
  • 11 abr 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 29 abr 2022

"El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas;es ojo porque te ve".


Antonio Machado (1875-1939)



Vista de Málaga desde el castillo de Gibralfaro, asediado por los Reyes Católicos en 1487. Más de 2000 años de historia se concentran aquí: el teatro romano de época octaviana, la alcazaba unida por la coracha a la fortaleza cristiana, la catedral renacentista, el Museo de Málaga (cuyo germen fue el Museo Provincial de Bellas Artes abierto desde 1916) y el hotel Príncipe de Asturias de estilo modernista (posterior Miramar) inaugurado por Alfonso XIII y Victoria Eugenia en 1926.




"¿Resulta atractivo el decorado, verdad? Dan ganas de creérselo", me dice mi noble y querido amigo David mientras Álora, la bien cercada, es bañada por los primeros rayos del Sol y el azul del cielo nos presagia lo que será seguro un apasionante y enriquecedor día. Helios se lo ha currado esta vez...


La pregunta no es ni mucho menos baladí, pues me pone ante una tesitura que invita a reflexión. Compartir espacio, pensamientos y aficiones con este sabio renacentista supone entrar en un mundo complejo, ambiguo y fascinante a todos los niveles. En una sociedad líquida que trata de lidiar con la hidra de la tecnología y las pantallas de nuestros queridos móviles parecen dictar lo que es bello, justo y verdadero, resulta chocante hallarse ante pianos, partituras, retratos en barro, lienzos colgados en paredes y magníficas bibliotecas donde reposan siglos y siglos de historia amparados por los eternos colosos del pensamiento y del arte: Platón, Jenofonte, Sófocles, Descartes, Kant, Aristóteles, Miguel Ángel, Velázquez, Rafael, Goya, Klimt...


Así, despertar entre composiciones de Chopin, Haydn, Satie o Arriaga y vislumbrar la espléndida Sierra del Hacho mientras los pajaritos cantan embrujados por Apolo resulta un auténtico placer para los sentidos. Solo un necio lo negaría. Sumémosle a ello unas tostadas empapadas en el mejor aceite de la Bética y unos diálogos filosóficos y ya nos habremos transportado al París del rococó. Aquel tiempo donde las charlas ilustradas transcurrían en lujosos salones y jardines como los del Parc Saint Cloud servían de escenario para todo tipo de frivolidades, galanteos y chanzas.


Uno, abstraído de guerras, mascarillas y presagios de crisis, siente verdaderamente que está en un óleo de Watteau o Fragonard. Pero, ¿qué hay detrás de este barniz cultural? Todo esto quedaría en simples ejercicios narcisistas, herederos del postureo más indigno y fútil. Seríamos como esa dama melancólica y de mirada perdida del cuadro de Heyerdahl, esperando que los libros nos ofrezcan la vida que nos espera afuera. En fin, gente que necesita conocer gente...


Nada de eso esperaba encontrarme en Málaga tras recorrerme en autobús más de 500 kilómetros. El propósito del viaje iba más allá de la mera contemplación estética. No os torturaré con las más de mil fotografías que hice...Atravesé ventiscas, tormentas y multitud de curvas pero bien valió la pena. La bella y exuberante Vega de Granada fue el anticipo de lo que vería más tarde en la que antaño fue parte del reino nazarí.


La calle Marqués de Larios, el Museo Picasso, el Museo de Málaga, la alcazaba, el teatro romano, el castillo de Gibralfaro, restos del lienzo de muralla, la plaza de la Merced, el Teatro Cervantes, el Puente de los Alemanes sobre el río Guadalmedina, la Iglesia de San Pablo donde tiene su sede Jesús el Cautivo, la Avenida de Juan XXIII, el Museo Ruso, la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán donde reposa el venerado por los legionarios Cristo de la Buena Muerte, la Capilla Sixtina de Málaga que adorna la cúpula del Oratorio de Santa María Reina y Madre obra del pintor local Raúl Berzosa y "La manquita", la excelsa catedral de Málaga que atrae a infinidad de curiosos, dando pie a conversas nocturnas siloescas...



No negaré aquí que disfruté como un mozalbete vitalista de todo el patrimonio histórico y cultural malagueño, máxime si tenemos en cuenta que la ciudad se encontraba en vísperas de la Semana Santa y los malagueños se volcaron en los preparativos de la misma. Pero esas calles, monumentos, casas, lienzos, piedras, aromas, librerías y cafés son por sí mismos entornos sin alma. Es decir, existen en tanto en cuanto somos nosotros, los que cada día les insuflan la vida a través de nuestra voz, escucha y acentos, construyendo sociedad a partir de las propias individualidades, fuente primigenia de la libertad y de la soberanía. Es el paisaje humano la esencia de todo ello.


Así, lo mejor de la cafetería no degustar cinco chocolates con churros sino conocer a personas encantadoras y llenas de buen rollo y dulzura como Esmeralda, José, Ernesto o Raquel. Lo mismo podría decirse de ese transeúnte convertido en historiador, del guía del museo, totalmente entregado a sus visitantes, de Sara, la gitana cantaora de flamenco que rezuma arte por los cuatro costados ("De caramelo prima, son para mí tus besos", por supuesto) o de aquella bailaora cuyo dulce y suave acento sevillano me cautivó. No me quiero olvidar de Marina, Sara y todos aquellos contertulios que me hicieron sentir parte de un grupo, cuyo activismo en pro de los necesitados nace de la bondad filantrópica y humanista , alejada de cualquier interés político. Ejemplos dignos de alabar y seguir...


Realizar una paella junto a Águeda, la espléndida madre de David, saborear la tradición de la mano de su padre Paco o beber un té junto al entrañable Jesús. Gratos recuerdos todos ellos que, como esas anécdotas y abrazos, quedarán marcados a fuego en mi memoria como ese paseo por otro Mediterráneo al borde la madrugada. Experiencias todas ellas que han supuesto para mí un reencuentro con lo esencial. Por eso me digo a mí mismo: "Nunca olvides que lo realmente importante en la vida es esto". Al fin, el ensueño malagueño se ha vuelto real. ¿Cuál será el siguiente?



 
 
 

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