Agosto de 1942. Basílica de Nuestra Señora de Begoña (Bilbao). Hace tres años que ha acabado la "Cruzada por la Patria, por la Religión y por la Civilización". La II República ha pasado a la historia y solo quedan los exiliados que guardan en sus memorias aquel sueño democrático del 14 de abril engullido por el odio y los fanatismos.
Franco y Serrano Suñer dirigen la reconstrucción de la nación mientras la División Azul y los ejércitos de Hitler comienzan a comprender que la Victoria Final no llegará nunca. Los rusos han contraatacado en el frente oriental y en Stalingrado se lucha por cada calle, plaza, casa y alcantarilla. El Volga es un infierno metálico (la esperanza de vida media de un soldado soviético era de 24 horas).
Pero todo nuevo régimen necesita extirpar rebeldías molestas si quiere sobrevivir. Tiempos de posguerra, hambre, carestía y purgas.
La diana del régimen franquista no solo está puesta en los maquis y grupos clandestinos socialistas, comunistas y anarquistas. Falangistas puros, camisas viejas, como Hedilla o Dionisio Ridruejo han experimentado en sus propias carnes el destierro o la prisión (aunque con resultados diferentes) por discrepar con el Caudillo. Uno de ellos seguiría el mismo destino que el mártir del régimen, José Antonio Primo de Rivera. A él no le fusilan los rojos, sino los azules, los antiguos camaradas que se sumaron al golpe del 18 de julio.
Juan Domínguez Muñoz lanzó aquel verano del 42 una granada de mano frente a la catedral vasca con el fin de defenderse de los ataques lanzados por unos carlistas. El general Varela, que al parecer no pasaba por allí, quedó como víctima del supuesto atentado donde se escucharon gritos como «¡Viva el rey!», «¡Abajo el socialismo de Estado!», e incluso «¡Muera Franco!». Fue la excusa perfecta para domesticar a la Falange y arrebatarle cualquier atisbo de ímpetu revolucionario. Un paso más tras aquel decreto de unificación de abril del 37.
El sevillano, acusado de espía británico y condecorado por el III Reich con la Cruz de la Orden del Águila Alemana, fue llevado ante el pelotón de fusilamiento el 1 de septiembre. Tras un proceso extraño, moría cantando el Cara al sol y con él desaparecía tanto la esencia falangista primigenia (Dionisio Ridruejo, o Narciso Perales) como tres importantes ministros de la cúpula franquista :Galarza (Gobernación), Varela (Ejército), y Serrano Súñer (Exteriores).
Franco ya había dejado claro que su inmenso poder personal admitía pocas réplicas en todos los resortes del Estado. Poco valía ser su cuñado o haber combatido a la España roja... Narciso Perales, entonces gobernador civil de León,lo dejó bien claro: "Me voy porque esto es una mierda".
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