"Hallé todas las basílicas contra el orden de la verdad, llenas de mal y de imágenes"
- Sergio Martínez López
- 3 feb 2023
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El conflicto desatado en la Europa del siglo XVI a raíz de la Reforma protestante de Lutero y compañía venía de lejos, y no me refiero al cisma de Aviñón desatado un siglo antes.
La guerra a las imágenes y el problema de la idolatría alcanzaron gran resonancia durante la Alta Edad Media tanto en Oriente como Occidente. Si en el Imperio bizantino se desarrolló la conocida como querella de los iconoclastas, en el Sacro Imperio Romano de Carlomagno y los padres de la Iglesia carolingia la cuestión suscitaba iguales pasiones y disputas. Tanto es así que hubo un obispo hispanogodo llamado Claudio que, tras huir de la Península Ibérica invadida por los árabes, recayó en la ciudad de Turín.
Uno de los problemas más graves que se le presenta los padres de la iglesia carolingia es el tema de la imagen religiosa y su significación. Eran conscientes de la aguda crisis que había surgido en el mundo bizantino bajo el pretexto de un exceso de adoración de las imágenes. El tema se agravaba con la actuación de protagonistas importantes que se mostraban muy radicales contra el uso de imágenes sagradas. Entre éstos destaca la figura del hispanogodo Claudio: nombrado obispo de Turín, al llegar a su diócesis, destruyó las imágenes que se guardaban en su catedral. Para un mente de ortodoxia radical, no era extraño que se expresase de esta manera ante la contemplación de una escenografía que se podía considerar idolátrica: "Llegué a Italia, a la ciudad de Turín, hallé todas las basílicas contra el orden de la verdad, llenas del mal y de imágenes. El hecho produjo un gran tumulto en todo el imperio, lo que obligó al emperador a convocar diversos concilios que tratasen el asunto y dispusiesen de una teoría que ordenase el empleo y culto de las imágenes sagradas. Conocemos muy bien cuáles fueron los criterios que la Iglesia carolingia dictaminó sobre este trema, ya que se encuentran recogidos en lo que se conoce como Libri carolini de imaginibus.
No se trata de planteamientos originales, sino simplemente de la renovación de la teoría tradicional de la iglesia sobre el particular. Su autorización es muy explícita "Permitimos las imágenes de los santos que se quieran representar, tanto en la iglesia como fuera de ella, por amor de Dios y de sus santos,pero, en absoluto, se acepta que se adoren,aunque no consentimos que se destruyan. Si la adoración no es la causa de su representación,¿por qué se realizan? Para recuerdo de hechos insignes y adorno en las paredes. Es decir, como ya había dicho el papa Gregorio el Grande (VI-VII d.C..) al reprender los excesos del obispo Sereno de Marsella, servían para ilustrar a los indoctos.
El arte es, por tanto, una advertencia y una amonestación para los fieles más que un objeto de adoración, en una fórmula que puede recordar la que ya había estipulado Gregorio Magno [Primera epístola escrita a Serenus, obispo de Marsella: "Por esta razón de hecho , la pintura se usa en las iglesias, para que los analfabetos puedan leer, al menos viéndolas en las paredes, lo que no saben leer en las Escrituras” [1] , retomando luego en la segunda:"Una cosa es adorar un cuadro, otra aprender lo que se ha de adorar gracias a lo ilustrado en la representación. Pues lo que la escritura ofrece a quien lee, esto lo ofrece la pintura a quien mira, porque en ella también el los analfabetos ven lo que hay que aprender, en ello los que no saben leer leen" [2] . Sin embargo, el Papa argumentó que las imágenes servían a los fieles analfabetos para conocer las Sagradas Escrituras y proporcionaban a la iglesia un poderoso medio de doctrina, en cambio, en los Libri Carolini se especifica que la imagen no debe reemplazar la importancia de la predicación ., pero constituye una valiosa ayuda para ello.
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