John H. Elliott in memoriam (1930-2022)
- Sergio Martínez López
- 14 mar 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 15 mar 2022

Reproduzco aquí los dos primeros párrafos del prólogo de su obra clásica "La España imperial (1469-1716)" publicada en 1963,
"Una tierra seca, estéril y pobre: el 10 por ciento de su suelo no es más que un páramo rocoso; un 35 por ciento, pobre e improductivo; un 45 por ciento, medianamente fértil; sólo el 10 por ciento francamente rico...
Una península separada del continente europeo por la barrera montañosa de los Pirineos, aislada y remota. Un país dividido en su interior mismo, partido por una elevada meseta central que se extiende desde los Pirineos hasta la costa meridional...
Ningún centro natural, ninguna ruta fácil. Dividida, diversa, un complejo de razas, lenguas y civilizaciones distintas: eso era, y es, España...
La carencia de recursos naturales resulta abrumadora. Sin embargo, en los últimos años del siglo XV y en los primeros del XVI, pareció como si hubiera sido superada, de modo repentino y casi milagroso...
España, mera denominación geográfica durante tanto tiempo, se había convertido de algún modo en una realidad histórica. Los observadores contemporáneos se habían dado cuenta del cambio...
“Tenemos en la actualidad”, escribía Maquiavelo, “a Fernando, rey de Aragón, el actual rey de España, que merece ser considerado muy justamente como un nuevo príncipe, pues de un pequeño y débil rey ha pasado a ser el mayor monarca de la Cristiandad”...
Los embajadores de Fernando eran respetados y sus ejércitos temidos. Y en el Nuevo Mundo los conquistadores estaban edificando por su propia cuenta un imperio que no podía por menos que alterar grandemente el equilibrio del poder en el viejo continente...
Durante unas pocas décadas fabulosas España llegaría a ser el mayor poder sobre la tierra. Durante estas décadas sería nada menos que la dueña de Europa, colonizaría enormes territorios ultramarinos...
Idearía un sistema de gobierno para administrar el mayor -y más disperso- imperio conocido hasta entonces en el mundo, y produciría un nuevo tipo de civilización que habría de constituir una aportación única a la tradición cultural europea"

Aprendiz incasable y apasionado por la Historia y sus infinitas ramas, fue un fiel trovador al servicio de Clío, siempre a la búsqueda del saber como máxima aspiración en la vida. Decía en una de sus últimas conferencias en Juan March que el historiador debe ser accesible. De nada vale acumular saber si no se difunde. Es letra vacua, inútil, esperando a ser devuelta a la vida a fin de iluminar a las generaciones humanas posteriores. Su obra jamás será letra muerta para mí. Descanse en paz maestro. Jamás olvidaremos tus sabias lecciones.
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