Josefinismo y jacobinismo: entre la reforma y la revolución
- Sergio Martínez López
- 19 sept 2022
- 2 Min. de lectura
Siempre me ha parecido interesante comparar doctrinas políticas, pese a que en muchas ocasiones dicho ejercicio se traslade al terreno de los politólogos donde los debates estériles y plúmbeos dignos de revolucionarios de salón son el pan de cada día. Si hace un tiempo abordamos el siempre áspero carácter socialista del nazismo, ahora nos trasladamos a la Europa de finales del siglo XVIII, donde el poder real se veía cada vez más cuestionado y la Ilustración parecía un abrigo confortable para las monarquías y aristocracias del Viejo Mundo.
Estalló la Revolución Francesa y el mundo jamás sería igual. Allí surgió un rey sin corona, Maximilien Robespierre, quien puso en práctica el famoso, implacable y breve jacobinismo, instituyéndose el Culto al Ser Supremo como religión cívica del Estado. Anteriormente, en la Viena del Sacro Imperio Germánico floreció un particular Despotismo Ilustrado denominado josefinismo, nombre vinculado a su promotor José II, emperador alemán de la Casa de Habsburgo, hermano de María Antonieta y promotor de un genio irrepetible: Wolfgang Amadeus Mozart.
Estas posturas no son tan antagónicas como a priori podríamos pensar. Existen diferencias prácticas claro: unos son revolucionarios y otros reformadores, unos negocian con los curas, monjas y duques y otros les dejan sin mollera por no comulgar con los principios republicanos. Mientras que el despotismo ilustrado no supone, a priori, derramamiento de sangre, los jacobinos apostaron finalmente por reformas democrático-radicales donde la violencia contra los enemigos de la Revolución y del Estado, tanto dentro como fuera de Francia, estaba más que justificada. Pluma y paciencia frente a guillotina y terror...
Pese a todo ello, el objetivo teórico es el mismo: subordinar la Iglesia, el clero y la nobleza al Estado (tenerlo todo atado y bien atado desde la capital). Me es indiferente quién o qué esté a la cabeza del Leviatán. Cierro con una escueta pregunta: ¿cómo hubiera sido la historia de Francia de haber estado en el trono el protector de Mozart y no el indeciso y titubeante Luis XVI?.

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