La ciudad de los muertos
- Sergio Martínez López
- 23 sept 2022
- 3 Min. de lectura
El soldado Teodoro Recuero Pérez no dudó en prestar sus servicios en la II Guerra Mundial. Así, eligió alistarse en la División Azul para luchar contra el comunismo estalinista, y de paso ganarse unas perras, puesto que en la recién inaugurada España de Franco las cosas no estaban para tirar cohetes...
Tras luchar como legionario en la Guerra Civil Española y recorrerse media Europa, nos describe en 1942 la ciudad de Nóvgorod, a orillas del Vóljov, azotada por los morteros, artillería y una lluvia incesante de balas:
"A mi regreso hacia el frente hice escala en Nóvgorod para que me dijeran en qué puesto de mando se encontraba mi compañía.Esta ciudad era paso obligado para todo el tráfico que subía por la carretera de Leningrado.Estaba en pleno frente y era el punto de partida de las unidades de la División Azul.

Nóvgorod era un claro ejemplo de la invernal tierra rusa con sus heladas planicies, sus agrupaciones de casuchas y con el río convertido en llanura. Nóvgorod era para los españoles también humanidad, historia, sufrimiento. Era un ancla en la tierra rusa; una tierra inmóvil, yerta, bajo un cielo gris que gravitaba sobre las ruinas y sobre los humanos. En rededor, las tierras primitivas, esteparias, dolientes, posiblemente no fueron siempre así. Una ciudad viva no podía ser igual a una ciudad muerta, ni un invierno a una primavera.
Para nosotros, un lugar inolvidable. La guerra no había respetado su belleza, todo estaba destruido : la estatua de Lenin derribada de su pedestal, también el monumento al milenario, el puente de hierro sobre el río, el cruce de carreteras, el cementerio y las eternas ruinas, donde yacían muchos hombres muertos.Pero la guerra no acabó con todo.Aún estaban en pie las terrosas murallas del Kremlin y las bizantinas torres con sus bulbos dorados.Las robustas chimeneas eran el bosque ciudadano; los viejos palacios,cerca de las murallas,estaban casi intactos, con sus largos corredores propicios al eco; y la catedral, desolada con sus cúpulas doradas y sus naves destruidas.Nóvgorod, la capital religiosa de todas las Rusias.

La llegamos a llamar la ciudad de los muertos, ya que los había sin enterrar por todas partes. La nieve y el frío los mantenían intactos. Los cruces de carretera estaban batidos a todas horas por la artillería rusa.En su dantesco hospital civil, unas figuras oscilaban entre la locura y la muerte. Nóvgorod, situada en la ruta de las invasiones sobre el viejo camino de Tilsit, en la encrucijada de las razas, en la estepa de la Madrecita Rusia, la blanda, la que fue sometida antes y después a la tortura. Fue una de las ciudades preferidas de los zares, por su situación geográfica , con su río Vóljov y lago Ilmen, la residencia de verano.

Para los que sobrevivimos, Nóvgorod nos dejó un recuerdo imborrable. Conocí varias ciudades rusas importantes, pero ninguna me dejó una huella tan profunda como Nóvgorod. Allí se quedaron muchos compatriotas para siempre, allí pudimos comprobar lo que es capaz de resistir un ser humano, metidos entre la nieve meses y meses, con unas temperaturas jamás conocidas por nosotros hasta entonces y, para colmo, el fango al llegar el deshielo. Plagas de mosquitos gigantes y una lucha que cada día era más feroz. Esos recuerdos nos durarán toda la vida. Voltaire decía que el verdadero valor consiste en saber sufrir; ese era nuestro caso, nosotros habíamos buscado esa aventura voluntariamente y nos tocaba asumir todas las consecuencias".

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