La escalera mágica del castillo de Chambord
- Sergio Martínez López
- 25 feb 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 26 feb 2022

En la Historia del Arte es vital entender la expansión de los estilos. Las excelsas creaciones de los artistas y su especial sensibilidad creativa exigían cruzar fronteras e incluso huir si hubiesen conflictos. El genio y el intelecto bien merecían cuantiosas rentas, las cuales eran financiadas por grandes señores o mecenas (príncipes,papas, reyes, obispos, políticos). Ya saben, el que paga manda...
Arquitectura y poder político siempre suelen ir unidos (que se lo digan a los egipcios y sus pirámides) y ésta no es la excepción. A cambio de patronazgos como éste (en España Velázquez fue el protegido de Felipe IV) nos han llegado obras de calidad incomensurable sobre las que han corrido ríos y ríos de tinta. Pedazos de la historia que aunque el vulgo del siglo XV no disfrutara, sí podemos estudiarlo nosotros hoy si estamos verdaderamente interesados en el tema.
El Château de Ambroise evidencia no solo el paso artístico del Medievo al Renacimiento en Francia (la herencia gótica pervivirá), sino también un símbolo del poder político del monarca Francisco I (1494-1547), perteneciente a la rama lateral de los Valois-Angulema. Fue él quien eligió el bello valle del Loira (Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO con más de 300 castillos a lo largo del "río de los reyes") para instalar su corte y mostrar pecho, autoridad y, por qué no decirlo, gusto refinado. No dejaba de ser un monarca al tanto de las innovaciones de un tiempo convulso donde todo cambiaba.
A la cercana localidad de Amboise acudió en sus últimos años de vida un genio florentino que seguro les suena: Leonardo Da Vinci (1452-1519), quien introduciría en el el país galo la cultura renacentista italiana tras brillar en los grandes focos artísticos del momento: Florencia, Milán o Roma. Precisamente en la Ciudad Eterna comenzaba a sobresalir un tal Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), de cuyos trampantojos hablaré en otra ocasión.
"Para Francisco I, la presencia de Leonardo daría brillo a la corte francesa e impulsaría un mayor desarrollo cultural y artístico de la corte francesa. Los reyes de Francia siempre habían querido igualar a las cortes italianas. Leonardo era un artista cotizado pero su protector italiano, Juliano II de Médicis, había muerto prematuramente. Esto permitió que da Vinci aceptara la invitación del rey de Francia", dice el director del Castillo de Amboise, Jean-Louis Sureau.
Leonardo ya era el célebre humanista consumado y conocido por sus lienzos e inventos. Su conocimiento, aún a sus 64 años, era desbordante. Esta pasión intacta y sin límites por todo tipo de arte pudieron llevarle a idear (no a construir) esta escalera de doble hélice que vio la luz hacia 1520. Era un diseño de escalera nunca visto en Francia y es muy posible que fuesen los sucesivos maestros reales quienes, influenciados por la idea general del polímata, se pusiesen manos a la obra y aceptasen el reto de llevarla a la realidad (varios de sus dibujos coinciden con los actuales planos del recinto).

Ubicada en la parte central de la torre del homenaje, y por tanto de la edificación, supone una verdadera proeza arquitectónica que simultáneamente juega con nuestros sentidos al más puro estilo de los ilusionistas. Así, su peculiar concepción permite que dos personas suban al mismo tiempo y al mismo ritmo y sin embargo no se crucen jamás. ¿El monarca iba por un lado y los sirvientes por otro? Es una posibilidad nada desdeñable.
Este fenómeno puede recordarnos a otro efecto óptico empleado por los antiguos griegos en el Partenón allá por el siglo V a.C.: la éntasis. Básicamente consistía en engañar al ojo a fin de que percibamos las columnas rectas y paralelas. Domaron la endiablada perspectiva mediante dos formas: o bien ensanchando el fuste en su tramo medio o bien adelgazando la parte final del mismo que acaba en el capitel.

Tecnicismos y debates autorales aparte, ha sido un agradable descubrimiento para el humilde redactor de estas líneas comprobar que el creador de la Gioconda podía dar todavía mucho de sí en su vejez. El que tuvo, retuvo.
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