top of page

La leyenda rosa andaluza: el caso de al-Andalus

  • Foto del escritor: Sergio Martínez López
    Sergio Martínez López
  • 24 jul 2022
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 28 jul 2022


Blas Infante (1885-1936), líder del andalucismo.


"No somos ni vencedores ni vencidos, somos los descendientes de los vencedores y de los vencidos"


José Antonio del Busto, historiador peruano. Declaraciones a la prensa sobre la retirada de la estatua de Pizarro.


Cualquiera que sea aficionado a la historia y se interese mínimamente por las sociedades prehistóricas, antiguas o modernas se habrá dado cuenta del inmenso poder legitimador que tienen los relatos históricos. Decía Fernando Savater que las personas, al contrario que las plantas, no tenemos raíces, pero desde tiempos inmemoriales infinidad de gobiernos y líderes encontraron en las historias nacionales y épicas argumentos poderosos para sostener sus respectivos regímenes. De este modo, la historia, mal que nos pese a quien nos dedicamos con rigor y metodología científica a la misma, ha sido frecuentemente la ramera del poder del turno.


Los propios romanos entroncaron sus orígenes con el mito griego por excelencia: la guerra de Troya. No fueron los únicos que sacaron tajada de estas esencias patrias, los nacionalismos de los siglos XIX y XX hicieron algo similar a través del movimiento cultural del romanticismo que impregnó buena parte de Europa. Lo hicieron, o bien seleccionando las partes del pasado que mejor convenían a la formación de los Estados-nación incipientes, o bien suprimiendo directamente las manchas más negras de civilizaciones remotas en aras de configurar un paisanaje idílico. El nazismo se emparentó, en su delirante visión de la historia y de la arqueología, con los griegos de la época de Pericles...Aquellos ríos de tinta vertidos sobre los manuales ruborizan hoy en día a los historiadores contemporáneos, pero eran otros tiempos y otras formas de abordar la materia.


El caso que traemos hoy es uno de los más controvertidos y polémicos en la historia de España, siempre proclive a aspavientos y golpes de pecho por parte de todos los grupos que pueblan esa fauna que llamamos Congreso de los diputados: el andalucismo.


Para ello recurriré a Manuel Ruiz Romero, profesor colaborador de la Universidad de Sevilla vinculado al Centro de Estudios Históricos de Andalucía. Él, expone en su artículo "Historia y cultura como creación de un destino personal y colectivo", publicado en el año 2001, las siguientes reflexiones al respecto del andalucismo y del sentido de la historia:


"La historia, en constante proceso de definición, debe entenderse como búsqueda de una identidad frente a aquellos que la conciben y la propagan como algo acabado, distante y pasado [...] Nos quedamos pues con el concepto equivalente a una auténtica crónica del hombre en sociedad, comprendida desde un punto de vista militante. Destinada a ser arma científica y viva de progreso. Ése es ahora su gran desafío: imponerse por su poder político, popularizarse como ciencia de cambio frente a una visión periodística que nos ofrece nuestra realidad como crónica ya interpretada [...]


Hablar de identidad andaluza supone en primer lugar preguntarnos si el pueblo andaluz constituye una actitud original ante la vida. El hecho diferencial que también se llama. El ser, el alma, la esencia...en definitiva el Ideal Andaluz, como lo denominara intuitivamente en 1915 Blas Infante [...] Como explicaba Gasset en su Teoría de Andalucía, al igual que el pueblo chino, el andaluz se ha dejado conquistar sin resistencia para acabar siendo conquistador de aquellos que nos visitaron a lo largo de la historia. En buena medida somos el producto de todos ellos, sin que necesariamente tenga que predominar un legado cultural sobre otro [...]


Es más, la cantidad, calidad y variedad de nuestra cultura, fruto como hemos señalado de ricos e incuestionables hechos históricos sobre un territorio privilegiado y favorable al encuentro, hace que sea especialmente difícil delimitar qué es cultura andaluza ya que posee una enrome riqueza y variedad. Y esa dificultad unida a su variedad, para muchos, supone un argumento negador de su existencia. De nuevo caen en el mismo error que pretenden criticar: por definición la cultura nunca podrá ser homogénea o uniformadora. Como si esa misma identidad siempre hubiera sido la misma".


Considero que este autor yerra en el modo de concebir la historia como un campo de batalla subordinado a la política, pues dicha concepción ha sido históricamente una baza para justificar políticas expansionistas, imperialistas y, en el peor de los casos, genocidas.

Cuanto más sentimentalismo, pasiones y énfasis volquemos en el relato histórico más se alejará el mismo del contexto al que nos referimos y desvirtuaremos su comprensión y finalidad académica. Para ello, reivindico que dejemos al pasado ser pasado y no lo traigamos al presente. La historia no debe ser una herramienta para forjar identidades nacionales sino una ciencia para cuestionarnos el porqué de las mismas. Procuro tener siempre un respeto sepulcral a la disciplina histórica, pues no merece que la politicemos y mucho menos juzguemos a nuestros antepasados con nuestros Derechos Humanos adoptados por la ONU, una institución surgida en 1945...


¿Un pueblo con antepasados más remotos es necesariamente más desarrollado que otro? No lo creo, pues fijar el desarrollo cultural en base a la antigüedad de los restos humanos y materiales es absurdo. Algunas veces se menosprecia desde Occidente a los Estados Unidos de América por ser un país reciente. Surgió a finales del XVIII y no tienen ruinas romanas ni pensamiento helénico, pero han conseguido su propio lugar en el mundo y ser una potencia respetada en base a su particular filosofía de la libertad y del hombre hecho a sí mismo. No les hizo falta recrearse en la Antigüedad para construir su propia mitología y valores. Sobre lo que les hicieron a los indios hablaremos en otra ocasión...


Volviendo a la historia de España, rechazo el nacionalcatolicismo heredero de la Reconquista idílica salvadora de España, la unidad de destino en lo universal, la Corona catalano-aragonesa, el Colón catalán, los Borbones demoníacos, el mito de Don Pelayo y sus astures resistiendo frente a los árabes en Covadonga cual abismo de Helm y, por supuesto, el al-Andalus multicultural y tolerante recuperador de la ciencia y del pensamiento tras el oscuro, bárbaro, represivo y sucio tránsito visigodo.


No reconozco a la sociedad andalusí que estudié en estas ideas andalucistas nacidas de las teorías de Blas Infante. Se les ve el plumero hablando en plata. Como dice Pérez-Reverte en "Una historia de España": "Ese cuento de una Al-Andalus tolerante, feliz, llena de poetas y gente culta, donde se bebía vino, había tolerancia religiosa y las señoras eran más libres que en otras partes, no se lo traga ni el idiota que lo inventó.Porque había de todo.Gente normal, claro. Y también intolerantes hijos de la gran puta. Las mujeres iban con velo y estaban caso tan fastidiadas como ahora; y los fanáticos eran, como siguen siendo, igual de fanáticos,lleven crucifijo o media luna". Me aburren infinitamente esas interpretaciones realizadas a posteriori surgidas en circunstancias políticas concretas con fines a menudo identitarios (más o menos virulentos y violentos eso sí). Más que historia rigurosa y científica, son despropósitos paridos por la propaganda más abyecta e interesada.


Reivindicar las raíces históricas, culturales y lingüísticas de nuestros antepasados es algo saludable y legítimo sin duda; ahí están los admirables logros de la Escuela de Traductores de Toledo de Alfonso X el Sabio o la Escuela de Salamanca. Pero, tergiversar los hechos históricos y fantasear con cuentos románticos despegados completamente de la realidad histórica arqueológica y escrita es sumir la disciplina en el pozo de la mediocridad más abyecta.


Las madrasas de la Córdoba califal de Abd-Rahmán III evidenciaron un refinamiento intelectual y artístico de primer orden equiparable a las universidades que empezaban a surgir más allá de los Pirineos y en Italia. Sin ellos el Renacimiento no hubiese sido posible. Al mismo tiempo, Almanzor, en sus más de cincuenta aceifas, saqueó varias ciudades de los reinos cristianos del norte, esclavizando de paso a sus habitantes. Luego acabó de construir la mezquita de Córdoba que hoy disfrutamos.


No pasa nada por asumir tales hechos, el problema viene cuando nos identificamos con ellos y creemos que vivimos en la Castilla del Cid o en la Granada de Boabdil e Isabel la Católica. Si hoy es posible ver, y lo digo por experiencia, cómo un motociclista energúmeno monta la tercera guerra mundial contra otro conductor por no seguir las indicaciones de tráfico, imaginemos la violencia que habría en este país hace mil años cuando, como decía Zorrilla en sus versos de "La leyenda del Cid": "Costumbres de aquella era/caballeresca y feroz/cuando degollando al otro/ se glorificaba a Dios".


En suma, acierta Manuel a la hora de concebir nuestra legado cultural en base a las aportaciones diversas realizadas por cada uno de los pueblos que pasaron por estas tierras que llamamos península Ibérica. Los árabes fueron uno de los tantos pueblos que pasaron por aquí y consiguieron, al igual que otros, asentarse durante largo tiempo y darnos la cultura andalusí, cosa que deberíamos celebrar los españoles actuales porque las sociedades abiertas al comercio y al extranjero, es decir, al sincretismo, suelen prosperar más que aquellas carpetovetónicas enemigas de cualquier influencia externa.


"Andalucía por sí, para España y la humanidad" reza el lema de Andalucía. Viva Andalucía, claro y, viva Madrid, Valencia, Galicia, País Vasco, Cataluña, Extremadura, Murcia, El Hierro y todos los rincones de ese fascinante misterio que es España; aunque siempre fui más de Españas si les soy sincero...



 
 
 

Comments


Publicar: Blog2_Post
  • Facebook
  • Twitter
  • LinkedIn

©2021 por elpensadorinquieto. Creada con Wix.com

bottom of page