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La sinfonía del repudio

  • Foto del escritor: Sergio Martínez López
    Sergio Martínez López
  • 17 feb 2022
  • 2 Min. de lectura

El tachón de Beethoven en la portada de la Sinfonía Heroica (1803-1804)

Ludwig van Beethoven (1770-1827), el célebre maestro sordo de Bonn (actual Alemania), tuvo una relación peculiar con uno de los grandes políticos de su tiempo: Napoleón Bonaparte (1769-1821). Pese a no verse las caras jamás, el alemán pasó de la fascinación al rechazo en cuestión de pocos años. Los lectores más curiosos recordarán que hubo un drama similar entre Nietzsche (1844-1900) y Wagner (1813-1883) a finales de la década del 60 del siglo XIX, la cual dejó al nihilista bastante herido en su orgullo.


Pero no nos desviemos por los cerros de Úbeda y fijémonos en la imagen que encabeza esta entrada. Es la sinfonía de la discordia, llamada originariamente Bonaparte. Fue compuesta cuando el compositor estaba en Viena, acompañado de otro peso pesado de la música dieciochesca, Franz Joseph Haydn (1732- 1809). Beethoven vio en el célebre general de acento corso una especie de faro de los valores ilustrados que iban a liberar a Europa definitivamente del yugo absolutista. Qué equivocado estaba, pues en mayo de 1804, Napoleón rompió con su pasado y se autoproclamó emperador, ganándose el desprecio total de muchos contemporáneos. Entre ellos, estaba, claro, nuestro músico, el cual, a juzgar por sus palabras, bien podría haberlo considerado un indulgente, nombre utilizado en tiempos de la Convención (1793-1794) por los jacobinos más radicales (Robespierre) a favor del Terror contra aquellos revolucionarios más moderados (Danton). Como muestra de su repudio hacia el nuevo Augusto, reescribió el título de su Sinfonía 3 (dice la leyenda que incluso rompió el papel) movido por una cólera digna de Aquiles, el de los pies ligeros. Dicha obra pasaría a llamarse, hasta hoy, Sinfonía Heroica (1803-1804). Pueden escucharla en youtube, no merece desperdicio: https://www.youtube.com/watch?v=ft9lJBXW5rg.



Y es que como decía Thomas Mann (1875-1955) en "La montaña mágica" (1924): "Todo es política".


 
 
 

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