La unificación que no fue: la Italia de Cola di Rienzo
- Sergio Martínez López
- 15 sept 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 17 sept 2022

A veces uno no sabe cómo llega a determinadas figuras históricas, pero las pesquisas por las redes tienen suculentas recompensas. Esto mismo me ha pasado con Cola di Rienzo (1314-1354) . Seguramente no sabríamos quién fue este individuo de no ser por la turra que nos dieron los nacionalistas italianos y europeos hace dos siglos.
De orígenes humildes (hijo de tavernero y lavandera), este amante de la cultura clásica pretendió devolver a Roma el esplendor de antaño. Nada nuevo bajo el sol, pues tiempo atrás Justiniano el Grande o Carlomagno ya intentaron algo similar. Tras ocupar el cargo de notario papal, se ganó el favor de las gentes más humildes cargando contra las corruptelas y excesos de grandes linajes de la urbe (Orsini y Colonna). Según él, los mandatarios realizaban la vista gorda ante la inseguridad en las calles (asesinatos, robos y prostitución). Su incendiaria y precisa retórica le valió para recibir elogios del mismísimo Petrarca.
Así, el "último tribuno de la plebe" se vendió magníficamente y no fueron pocos los que creyeron en él y en su idea de república federal para restaurar el orden y la seguridad. En pleno siglo XIV, pensaba que Roma debía ser la cabeza de una Italia unificada, lo cual, como podemos imaginar, no gustaba nada a los Estados Pontificios y a las familias aristocráticas, algunas de las cuales debieron exiliarse ante el rápido e imparable ascenso al poder de Rienzo.
Ironías del destino, tras ser expulsado brevemente de la urbe y librarse de la parca en Aviñón, sede entonces del Papado perteneciente a Nápoles y vasallo de los Capetos de Francia, consiguió que Inocencio VI le indultara y nombrara senador, tomando junto a sus mercenarios la Ciudad Eterna. Emulando a César cruzó el Rubicón, pero, como suele suceder en estos casos, el fervor popular que lo encumbró se tornó en su contra y, comportándose como un tirano caprichoso y cruel, puso en marcha medidas impopulares (sangrías impositivas principalmente) que le granjearon su ruina y trágico final. Las turbas, sus antiguos acólitos, asaltaron su palacio el 8 de octubre de 1354, siendo apaleado y asesinado. Tal odio acumulado llevaban aquellas gentes que decidieron quemar su cadáver y arrojar las cenizas al Tíber, donde descansa por los restos su proyecto político: "Il buon Stato".


Esta vez los intereses partidistas y nobiliarios ganaron la partida. Era la Baja Edad Media y en aquella Italia fragmentada y plagada de señorías, condotieros y poderes locales de intereses contrapuestos no existía una autoridad central. Les faltó, como tendría España un siglo más tarde, unos Reyes Católicos que reafirmaran progresivamente una estructura de corte estatal, una autoridad central y una burocracia férrea al servicio de los reyes. El Reino de Italia tardaría varios siglos más en ver la luz, pero es curioso cómo ya existían personas en la Edad Media que concebían este tipo de propuestas. ¿Son nacionalistas antes de que existieran los nacionalistas? ¿Cómo hubiera sido Italia si su planteamiento hubiese tenido éxito?
En cualquier caso, su vida me recuerda a los de tantos "héroes" del pueblo víctimas del populismo y de su fama. Danton, Robespierre, Mussolini o el propio Gabriel Rufián en la España reciente. Recordemos los abucheos que dedicaron al portavoz de Esquerra Republicana en el Congreso los CDR hace unos años tras el 1 de octubre de 2017.
Como apuntábamos al principio, la ola de nacionalismos que trajo el siglo XIX no solo comportó el "surgimiento" de nuevos estilos como el neogótico, sino también el rescate del olvido de excéntricos personajes como Rienzo, el cual casaba bien con los conceptos de unidad italiana, freno a la autoridad papal y Rissorgimiento que Garibaldi y sus camisas rojas deseaban poner en marcha. Hasta Wagner le dedicó una ópera gloriosa: "Rienzi, el último tribuno".

Su monumento es visible en la Cordonata, la escalera que sube al Capitolio, mirando a la izquierda, a los pies de la iglesia Santa María in Aracoeli. También le han dedicado una calle cercana al Vaticano: la Via Cola di Rienzo.
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