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Maldito sea el oro

  • Foto del escritor: Sergio Martínez López
    Sergio Martínez López
  • 16 nov 2022
  • 2 Min. de lectura

Joaquin Phoenix y John C. Reilly en "Los hermanos Sisters" (2018, Jacques Audiard), un western nada desdeñable que transcurre durante la fiebre del oro a mediados del XIX.

"Debo confesar que los momentos más felices de mi vida los he vivido en los caminos del lejano Oeste, con un buen montón de troncos, de pino seco en el fuego. Sin más, sentado, con las piernas cruzadas y disfrutando de su calor. Y contemplando el humo azul que se eleva rizado. Rarísima vez deseé cambiar aquellas horas de libertad por todos los lujos de la vida civilizada"


Frase de "Los hermanos Sisters"



Ten cuidado con lo que deseas dice el dicho. Que se lo digan a John Sutter, colonizador suizo que huyendo de sus deudas en el VIejo Mundo recaló en la actual Sacramento gracias a las autoridades mexicanas. El descubrimiento de vetas de oro en sus tierras y la anexión de California (1850) a USA acabaron con su sueño.



El oro fue el padre de todos los pecados originales de California, como aprendió su descubridor John Sutter: «Cuando se divulgó el hallazgo, mis trabajadores empezaron a marcharse. Me quedé solo, con unos pocos mecánicos fieles, y pronto vi pasar un desfile de gente que venía desde las ciudades y que invadía mi hacienda. Así comenzó mi desgracia. Se pararon mis molinos. Me robaron hasta la rueda. Mis curtidurías quedaron desiertas. El cuero enmohecía y las pieles brutas se pudrían. Mis empleados indios y canacos reunían el oro y lo canjeaban por aguardiente. Mis trigales se pudrían, nadie recolectaba la cosecha de mis huertos, las más hermosas vacas lecheras mugían de hambre hasta morir. Unos hombres vinieron a buscarme y me suplicaron que subiera con ellos a Coloma, a buscar oro. Me fui con ellos, no tenía otra cosa que hacer. Pronto llegaron más multitudes sin permiso, comerciantes que montaban destilerías y emborrachaban a los indios. Yo me establecía cada vez más arriba en la montaña, pero esa maldita ralea de destiladores nos seguía por doquier. Mis hombres se jugaban el oro reunido y estaban borrachos la mayor parte del tiempo. Desde la cima de esas montañas veía el inmenso país que yo había fertilizado: lo estaban entregando al pillaje y a los incendios. En el fondo de la bahía se iba edificando una ciudad que crecía a simple vista y el mar aparecía lleno de barcos. Han construido una ciudad maldita, San Francisco, en el lugar exacto que escogí para desembarcar a mis trabajadores. Si hubiera podido cumplir mis planes, en poco tiempo habría sido el hombre más rico del mundo. Pero en estos años la vida ha sido un infierno. El descubrimiento del oro en mis tierras me ha arruinado. Maldito sea el oro».

 
 
 

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