Sexo, dinero, prestigio y otras mercancías
- Sergio Martínez López
- 6 dic 2021
- 3 Min. de lectura

Texto de Jack London "Yo he nacido en la clase obrera" (1906):
"Yo había nacido entre la clase laboriosa y a la edad de 18 años, me encontraba por debajo de mi punto de partida. Me encontraba en los sótanos de la sociedad, en los profundos subterráneos de la miseria de los que no resulta ni agradable ni conveniente hablar. Estaba en la fosa, en el abismo de la fosa de desahogo humano, en los mataderos y los desagües de nuestra civilización. Todo esto formaba parte del edificio de la sociedad que la propia sociedad había escogido ignorar. La falta de plaza me obliga aquí a ignorarlo también, pero diré solamente que lo que he visto me ha causado un miedo terrible.
Tenía miedo a pensar. Veía al desnudo los elementos simples de esta civilización complicada que me había tocado vivir. La vida era para mí una cuestión de comida y de cobijo. Con el fin de obtener comida y abrigo, el hombre vende cosas. El mercader vende zapatos, los politiqueros venden su virilidad, el representante del pueblo con, naturalmente, las excepciones de rigor, vende la confianza que logra inspirar; al mismo tiempo, casi todos venden igualmente su honor. De la misma manera, las mujeres, sea en la calle, sea por los vínculos sagrados del matrimonio, tienen tendencia a vender su cuerpo. Todas estas cosas son mercancías, todo el mundo compra y vende. La única mercancía que el trabajo tiene para vender son sus músculos.
El trabajador sólo tiene músculos a la hora de vender.
No obstante, hay una diferencia, una diferencia vital. Los zapatos, la confianza, el honor, tienen sus medios para renovarse. Cuentan con “stocks” imperecederos. Por el contrario, los músculos no se renuevan. En la medida en que el comerciante vende sus zapatos, renueva su “stock”. Pero no existen medios para renovar el "stock" de fuerza muscular del trabajador. Mientras más lo vende, menos le queda. Es su única mercancía y cada día su “stock” disminuye. Al final, si la muerte no le llega antes, al trabajador no le queda nada para vender y debe cerrar su tienda. Si le fallan los músculos no le queda más que descender a los sótanos de la sociedad para morir miserablemente.
Aprendí a continuación que el cerebro era también otra mercancía. El cerebro es diferente a los músculos. Uno que venda su cerebro se encuentra todavía en su primera juventud cuando no tiene más que cincuenta o sesenta años, y sus salarios alcanzan entonces las tasas más elevadas. Pero un trabajador se encuentra agotado o roto a los cuarenta o cincuenta años. He estado en los sótanos de la sociedad, y no me gusta ese lugar para vivir. Las cañerías de las aguas y de las letrinas no son saludables, y el aire no es bueno para respirar. Si yo no puedo vivir en el piso en el que se entra en la sociedad, puedo en todo caso mirar de hacerlo en el granero. Es verdad, en éste el régimen de comida es poco abundante, pero al menos el aire es puro. Aunque yo había decidido no vender mis músculos y llegar a ser un buen vendedor del cerebro.
Desde entonces comencé una persecución frenética por el saber. Volví a California para abrir los libros. De esta manera intenté equiparme para llegar a ser un cerebro a un buen precio, y era inevitable que me metiera a investigador sociológico. En este terreno encontré, expresado de una manera científica y en una cierta categoría de libros, los conceptos ideológicos simples que ya había descubierto en cierta medida por mi mismo. Ya antes de mi nacimiento, otros espíritus más desarrollados que el mío, habían expresado todo lo que yo pensaba y se habían adelantado a su tiempo. Fue entonces cuando descubrí que era socialista. Los socialistas eran revolucionarios, en la medida en que luchaban para transformar la sociedad tal como existe actualmente, y con otros materiales, construir una nueva sociedad. Yo también era socialista revolucionario. Me había adherido a los grupos de obreros revolucionarios e intelectuales, y tomé contacto por primera vez con la vida intelectual. Encontré inteligencias penetrantes y brillantes espíritus; ya que había entrado en relación con miembros de la clase obrera que, aunque tenían las manos callosas, poseían un cerebro sólido y alerta. Se trataba también de predicadores que habían colgado sus hábitos y que tenían una concepción demasiado amplia del cristianismo como para formar parte de ninguna congregación de adoradores de Mammon; de profesores víctimas del avasallamiento de la Universidad por parte de la clase dirigente y habían sido expulsados de ella porque pensaban demasiado en extender sus conocimientos ensayando su aplicación al servicio de la humanidad".
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