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Foto del escritorSergio Martínez López

Sócrates y los jeroglíficos

Últimamente me ha dado por revisitar la civilización egipcia. La tierra de los faraones, de Marco Atonio y Cleopatra, las pirámides, las maldiciones, las momias las esfinges, el Éxodo, los oasis, las excavaciones de Howard Carter en el Valle de los Reyes, las campañas de el oráculo de Siwa y, por supuesto, los jeroglíficos, esa enigmática escritura que ya los hombres del Renacimiento asociaban a una sabiduría mística: "res intellectuales et difficiles captu" (cosas intelectuales y difíciles de entender). Por lo que he podido saber esta cultura y arte atrajo a gentes de todo el mundo desde tiempos remotos, remontándose la fascinación occidental a la época de Heródoto, Alejandro Magno, Julio César o Napoleón. Recordemos que los zapadores del joven corso, durante la célebre campaña de Egipto de 1799 descubrieron la famosa Piedra de Rosetta, escrita en letra jeroglífica, demótica y griega. La descifró Champollion y la egiptología experimentó un boom sin precedentes, no exento de exotismo, que sigue coleando hasta nuestros días. Para alegría de curiosos y las arcas públicas egipcias.


El erudito resumió su vida así; "Soy todo entero de Egipto, Egipto lo es todo para mí".


Una viajera curiosa ojea unos jeroglíficos en algún lugar de Egipto.


El caso es que en una de mis pesquisas, encontré un jeroglífico muy particular. Doy gracias al egiptólogo Christian Jacq por recopilar gran cantidad de estos signos en su libro "El enigma de la piedra" (1994).



Más de 4000 años separan la esfinge de Guiza de Napoleón Bonaparte. Cuadro de Jean-Léon Gérôme realizado a finales del XIX.


Se trata de la palabra "conocer" que traducido del jeroglífico vendría a ser REJ. Si observamos los signos,veremos una boca (r) y un tamiz (j) así como un signo de abstracción. Si invertimos las consonantes hallaremos no una abstracción sino un hombre cayendo, dando como resultado el vocablo JER.


Es decir,para los antiguos egipcios el acto de conocer iba emparentado al habla. Pero no a un habla cualquiera, sino a un razonamiento elevado que separa lo esencial de lo secundario. La paja del grano.


Así, el que rechazaba el saber no se quedaba en la caverna, sino que estaba condenado a caer en el más profundo de los abismos: la ignorancia. Recuerda bastante al mundo de las ideas platónico, pues estamos al fin y al cabo reflexionando sobre la esencia misma de aprender, pensar y hablar, totalmente alejados de las banalidades.


Siglos después Sócrates, recuperaría el elemento del tamiz en uno de sus diálogos por las calles de la Acrópolis ateniense, la misma que le parió y le condenó. Esta vez, nos decía que ,antes de hablar, era conveniente pasar nuestra afirmación por tres tamices: "Si lo que vas a decir no es ni bueno ni verdadero no útil,mejor guárdatelo". El camino de la ética y de la virtud son inseparables. Ambos conceptos serían luego, a su manera, recuperados por los ilustrados del Siglo de las Luces.


El padre de la historia viajó a Egipto en el siglo V a.C., registrando sus impresiones en unos diarios valiosísimos. Es un lujo leer sus descripciones de las pirámides de Guiza, cuya esfinge llevaba estaba allí desde hace más de dos milenios. Imagino el rostro de felicidad que tendría aquel barbudo nacido en Halicarnaso (actual Turquía). Igual de perplejo me quedo cuando hallo estos pequeños pero reveladores descubrimientos.












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