El fin de la historia: divagaciones de un historiador en continua formación
- Sergio Martínez López
- 13 sept 2021
- 3 Min. de lectura

“Historia magistra vitae est”. Dicha frase de Cicerón es usada tradicionalmente para definir cuál es la finalidad de la historia en relación a la sociedad y al conocimiento. Los historiadores solemos tener cierta debilidad por la cultura clásica grecolatina y ahí encontramos a quien es quizá nuestro “padre” ideológico: Heródoto. Fiel reflejo del historiador viajero, sus maravillosos viajes por Egipto, Mesopotamia y el norte de África son descripciones, excepcionalmente bellas eso sí, de aquellos lugares y personas que el viajero recorría, empapándose de una mezcolanza de culturas, sabores, tradiciones. Con el siglo XIX llegó la profesionalización de muchas ciencias y entre ellas la historia. Siempre bajo el estigma de “ciencia social” y con una óptica nacionalista, que claramente se emparenta con los relatos de las grandes gestas narradas por nuestro pionero griego, comenzaron a definirse a partir de dicho siglo y en las décadas siguientes las principales corrientes historiográficas, comprendiendo que para abordar el estudio del pasado se requiere un peculiar método científico que trate con la mayor objetividad y rigurosidad las fuentes. Fuentes de todo tipo: orales, materiales, escritas, fotográfica o artísticas con las que se intenta ofrecer un relato coherente y desapasionado de los hechos pasados.
Resulta tentador y muy romántico acogerse a esa frase de: “Hay que estudiar la historia para no repetirla”, pero si nos fijamos en la misma veremos que quizá la finalidad de la historia no es exactamente ésta. Con demasiada frecuencia observamos a la clase política (española y de otras naciones) pervertir la disciplina histórica e instrumentalizarla para fines claramente no académicos. El puñetero partidismo que todo lo emponzoña. La política, de cualquier signo, suele ser un cáncer para la historia y tiene la indeseable manía de tergiversar hechos y en consecuencia minusvalorar y echar por tierra el trabajo de quienes nos dedicamos a este oficio tan particular y noble de estudiar el pasado y sus dinámicas sociales, políticas y económicas.
La historia no es ni buena ni mala, es la que fue y así debemos asumirla. Como dice Pepe Mújica, uno aprende de lo que le va pasando en la vida, no de lo que aprendieron otros, pues nuestros antepasados se enfrentaron a su mundo, encontrando respuestas a sus interrogantes y desafíos, los cuales difieren notablemente de los nuestros. La historia, más que ofrecer lecciones categóricas para nuestro presente, debe servirnos para examinar cómo nos comportamos como especie, como individuo y como sociedad. Si pensamos que los hechos pasados, y las interpretaciones que hacemos los historiadores, son una especie de solución mágica para los problemas que tenemos actualmente nos estamos equivocando, pues caemos en una lectura presentista que identifica por ejemplo 2020 con 1920, extrapolando procesos históricos que no tienen nada que ver realmente.
Y sí, a poco que uno mire épocas pasadas observará exterminio, barbarie, esclavismo, guerras, crueldad, violencia desmesurada, pobreza y desdicha. Pero también hallamos ejemplos de solidaridad, bondad, convivencia, cultura, conocimiento, comercio, acuerdos y civilización. La historia la hacen y la viven los seres humanos, los cuales somos, por definición contradictorios. Ellos, como nosotros, eran animales políticos, y en ellos convivían las dos vertientes del alma, la racional y la irracional, la que te empuja a ayudar al prójimo y la que te genera rechazo al mismo.
En definitiva, el pasado, como creación y como relato, no está para enjuiciarlo ni para justificarlo, está, simple y llanamente para estudiarlo con el deseo de aproximarnos, lo más rigurosamente posible, a la verdad del ayer. Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos…
Comentários