Oveja que bala, bocado que pierde
- Sergio Martínez López
- 13 sept 2021
- 2 Min. de lectura

Dicho refrán tan presente en la España rural refleja una idea asociada al concepto de revolución: si no te mueves, nada conseguirás. Piensa demasiado y tu tiempo habrá pasado. Los valores de la modernidad asociados a la Ilustración (fe en el progreso, razón, reflexión, la creencia en las libertades individuales) están en la raíz de nuestras democracias liberales occidentales y han costado mucha sangre, sudor y lágrimas. No obstante, estos planteamientos tan legítimos de nada sirven si no se practican o ejercen. Las cuatro primeras décadas del siglo XX constituyen otro claro ejemplo, y van ya muchos desgraciadamente en la historia, de las peores pasiones humanas que todos y todas llevamos dentro: totalitarismos, hambrunas políticas, genocidios, violencia, manipulación de las masas vía propagandística, nacionalismos exacerbados, guerras mundiales, bombas atómicas, innovaciones militares…
Pero de nada nos sirve pensar que aquellos europeos de los años 20 y 30 que sucumbieron a los cantos de sirena del fascismo y del comunismo fueron imbéciles e ignorantes. No somos quienes para enmendarles la plana a nuestros antepasados. Su respuesta, ya sea mediante la revolución o la contrarrevolución no nace de la razón entendida al modo liberal burgués sino de la protesta ante un contexto político, social, cultural y económico convulso y proclive al desencadenamiento de extremismos que ofrecen soluciones sencillas a problemáticas complejas. Ellos venían de la Gran Guerra y la militarización pasó de las trincheras a la sociedad. Ellos, los Lenin, Hitler, Mussolini o Stalin creían firmemente, si bien de manera muchas veces ciega, en algo (la clase o la nación), es decir, no había una apatía o descreimiento como en nuestra actualidad donde seguro que han escuchado más de una vez aquello de “no hay nada que hacer”, “el dinero manda” o “el capitalismo ha triunfado sin más”.
Las voluntades de cambio, para bien o para mal, surgen siempre de momentos críticos y aquellas sociedades no se quedaron de brazos cruzados. Pusieron su foco de mira en el liberalismo que se había mostrado a su juicio ineficaz de cara a resolver sus problemas. Propusieron la acción por reflexión, tradición por modernidad, el corporativismo o la lucha de clases marxista, colectivos frente a individuos, patria o clase frente al capital. No hablamos de meros recambios para que todo siga igual, hablamos de auténticos cambios de paradigma y de formas de ver la vida y el mundo.
El desenlace fatídico e injustificable de aquellos gobiernos fascistas y comunistas ya lo conocemos pero haríamos bien, no en emular su ejemplo por descontado, sino en recuperar ese espíritu de cambio.
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