El valor de cambiar: días de vino y rosas
- Sergio Martínez López
- 14 sept 2021
- 2 Min. de lectura

“Antes de cambiar el mundo, tienes que aceptar que tú también formas parte de él”. Así rezaba una de las frases más memorables de la cinta Soñadores de Bernardo Bertolucci, retrato de tres jóvenes que en el París del 68, creyéndose maoístas, se comportaban realmente como burgueses.
Pienso que todas las personas tenemos dos fases en la vida: una en la que abrazamos una ideología determinada (socialismo, comunismo, liberalismo, fascismo, tomen la que quieran…) y creemos que vamos a acabar con todas las injusticias sociales y económicas del mundo (la transformación del mundo que decía el tan amado como odiado Marx) y otra en la que empezamos a entender que la cuestión esencial no va de cambiar el mundo sino de cambiar nuestra percepción sobre el mismo. Es decir, a todos nos llega, o debería llegarnos a mi juicio, un momento de reflexión sobre nuestros ideales, prejuicios y convencionalismos adquiridos en la escuela y en nuestro entorno familiar y social. De este modo, lo que antaño era una certeza sin oposición alguna (bien, verdad, mal, justicia…) se convierte en una idea revisable, construyendo de este modo nuestros cimientos intelectuales donde el cambio es la tónica predominante. Hacer esto requiere un esfuerzo, pero considero que ser revisionista en ese sentido, al contrario de lo que dicen algunos, es una virtud y no un defecto. Don Miguel de Unamuno decía que solo hay dos cosas en esta vida que nunca cambian de opinión: los tontos y las piedras.
La ortodoxia política se hizo patente aquel mayo del 68 donde multitud de jóvenes universitarios levantaron barricadas y protagonizaron altercados contra las fuerzas del orden desplegadas por el presidente de entonces Charles De Gaulle. Su objetivo era eliminar la sociedad de clases, atacando con vehemencia al capitalismo y al imperialismo yanqui. Fines entendibles si lo miramos con perspectiva histórica, pero su modelo maoísta distaba de ser la solución perfecta. Sin ser conscientes de ello, defendieron unas posturas claramente dictatoriales que, en su lugar de origen, la China de Mao, supusieron la llamada Revolución Cultural, donde los docentes eran escupidos, maltratados y vilipendiados públicamente por sus antiguos alumnos. Fue una auténtica represión política y cultural...
Intelectual es aquel que desea penetrar en la realidad mientras que el sabio es aquel que deja que la realidad penetre en él. Más autocrítica y reflexión y menos dogma y partidismo. Se aprende más y se vive mejor. Ustedes deciden…
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